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Odisea en Bariloche: dos noches en camioneta, tapados de nieve y comiendo turrones

Un viaje solidario se convirtió en una pesadilla por las inclemencias climáticas. Extraviados y sin movilidad cuatro personas sobrevivieron comiendo golosinas. La desazón por no cumplir la misión benéfica.

“Al principio estábamos tranquilos, creíamos que era una cuestión de un par de horas, pero con el paso del tiempo, las nevadas intensas, la noche y el frío que llegaba a los huesos empezamos a preocuparnos. Ninguno quería dar el brazo a torcer, los cuatro nos mostrábamos enteros, fuertes, pero en mi caso yo tenía miedo, sobre todo cuando me quedé solo y sentía que los dedos de las manos se me entumecían y empecé a sentir calambres en los pies”.

Hugo Trejo tiene 52 años, es albañil, de Burzaco pero desde 2004 está instalado en Bariloche. Preocupado junto a su mujer Susana por la realidad de quienes viven en humildes parajes de la línea sur de Ríos Negro, motorizó a mediados del año pasado “viajes solidarios en los que llevábamos ropa, calzado, latas de conservas, fideos, arroz, yerba, golosinas y juguetes. Fue maravillosa esa sensación de ir a dar una mano a lugares poco accesibles e incomunicados como Rio Chico, Las Bayas y Fitamiche”.

Después del primer viaje al sudeste de Río Negro, en los siguientes se sumaron los amigos Alicia Ocampo y Adolfo Pignon, quienes junto con Trejo empezaron a comprar mercadería a pulmón, de su propio bolsillo y luego, a partir del boca a boca, otras personas donaron desinteresadamente. Fueron seis viajes en 2020 y el sábado último estrenaron la temporada 2021, aprovechando la proximidad del Día de la Niñez. “Teníamos unas 60 bolsas con juguetes, golosinas, libros de cuentos, era una sorpresa, queríamos sorprender a los más chiquitos”, dice desde su cama Trejo, con un gesto de frustración y recuperándose de una travesía que había dejado huellas físicas y emocionales.

Una de las camionetas se encuentra encallada en medio de la tormenta de nieve y empezaba la odisea.

Una de las camionetas se encuentra encallada en medio de la tormenta de nieve y empezaba la odisea.

Desde dos camionetas Rangers, el sábado a las 7 de la mañana emprendieron el viaje Hugo y Alicia, en la roja, y Adolfo y Juan Ignacio Gallardo (18), el hijo de Alicia, en la blanca. “Nevaba mucho, estaba bravo y a medida que nos alejábamos de Bariloche hacia el sudeste, el clima empezó a ser hostil, inclemente. Se acumuló mucha nieve en el camino y hasta el limpia parabrisas no daba abasto y se hacía muy compleja la visibilidad”, recuerda Trejo, todavía con una inquietud visible.

Adolfo Pignon, barilochense, que trabaja en la construcción, cuenta que “fue un viaje planificado, para nada improvisado. Contábamos con la experiencia de los que habíamos hecho el año pasado. Pero nos equivocamos el camino, en un momento, a falta de visibilidad, perdimos el rumbo y en lugar de tomar un camino elegimos el otro. Hasta que en un momento se encajó mi camioneta en una zona entre el Montoso Grande y el Montoso Chico. Llevábamos poco más de una hora”.

Adolfo Pignon, cuando  después de horas caminando, lograron conseguir ayuda.

Adolfo Pignon, cuando después de horas caminando, lograron conseguir ayuda.

Detrás llegaban Trejo y Ocampo, en la camioneta roja. Dieron una mano, palearon para allanar el camino pero fue imposible. Siguieron viaje los cuatro en la roja, hasta que veinte kilómetros después, en una zona levadiza, la camioneta de Trejo acusó recibo y también encalló. “Decidimos que Alicia y su hijo Juan Ignacio se queden en la roja y con Hugo nos fuimos a buscar ayuda camino hacia adonde había quedado mi camioneta”, describe Pignon.

Angustia y heladas

Cordobesa, Alicia Ocampo (41) vive hace casi veinte años en Bariloche, donde tiene un comercio de limpieza. Reconoce hoy, desde su casa, que “la cabeza todavía está a mil, pero que estas vicisitudes dejan enseñanzas”. Más allá que ella y su hijo Juan Ignacio están bien de salud, a ella le queda “una sensación pesada de frustración y mucha tristeza por no haber podido cumplir la misión solidaria por la cual habíamos hecho un gran esfuerzo juntando alimentos, juguetes y otras cosas”.

El plan de viaje era ir a tres parajes: Las Bayas, Río Chico y Fitamiche (el más lejano, a unos 180 kilómetros) y regresar a San Carlos de Bariloche cerca de las seis de la tarde del sábado 21. Pero con las camionetas “varadas”, la noche del sábado los sorprendió “en el medio de la nada”, a veinte kilómetros una camioneta de otra. “La primera noche la pasamos digamos que bien, teníamos calefacción. Yo estaba con mi hijo y Adolfo con Hugo, aunque no teníamos manera de comunicarnos porque en esa zona no hay señal de nada“, recopila Alicia.

La noche más difícil. La del sábado 21, durmiendo en la camioneta, con 10 grados bajo cero.

La noche más difícil. La del sábado 21, durmiendo en la camioneta, con 10 grados bajo cero.

Tanto Trejo como Pignon intentaron toda la tarde del sábado “desencallar” sus camionetas “paleando intensamente, pero no había manera, teníamos nieve hasta arriba de las rodillas. Estábamos empapados y no teníamos otra muda de ropa. Veíamos que no pasaríamos la noche sí o sí, por lo que nos quedamos en la camioneta, nos secamos con unas cajas de cartón y nos sacamos la ropa que teníamos para evitar enfermarnos. Por suerte el tanque de gasoil estaba lleno para dos noches más de calefacción”, puntualiza Pignon.

Las bolsitas con las golosinas y jugos que tenían como destino los niños de aquellos parajes, resultaron fundamentales para las horas de incertidumbre que se vendrían. “La verdad es que nos salvaron, comimos dulces durante casi tres días. Al principio sentíamos culpa, pero con el paso de los días menos mal que teníamos mercadería“, revela Alicia, que admite que no llegó a tener miedo “pero sí una crisis de angustia al sentir que estábamos en el medio de la nada y que nadie nos buscaba. Lo paradójico era que yo tenía el foco en sacar a mi hijo de ahí, pero era él quien me calmaba”.

Alicia y su hijo Juan Ignacio. "Yo tuve una crisis de angustia, temía que no nos encontraran", revela ella.

Alicia y su hijo Juan Ignacio. “Yo tuve una crisis de angustia, temía que no nos encontraran”, revela ella.

Llegó el domingo 22 y el clima estaba menos denso, no nevaba. En ninguna de las camionetas casi se había dormido. “Apenas amaneció fui a buscar a Alicia y a Juan Ignacio, me preocupaba saber cómo estaban. Fui solo, Hugo me dijo que no llegaría, estaba muy acalambrado”. Esos veinte kilómetros, con la nieve hasta las rodillas, le llevó a Pignon unas cuatro horas hasta llegar a la otra camioneta. “Los encontré bien, yo había quedado agotado, pero sabía que teníamos que caminar en busca de ayuda. Con el panorama visual más despejado, yo sabía para dónde podíamos ir”.

Alicia, su hijo Juan Pablo y Adolfo estaban dispuestos a caminar pero temían que la noche los tomara a mitad de camino, por lo que decidieron reponer fuerzas y salir el lunes bien temprano. La primera señal de esperanza los encontraron camino a la camioneta donde estaba Trejo: “Vimos una avioneta y un helicóptero, revoleábamos camperas, gritábamos, pensábamos que nos habían visto pero no… Saber que nos estaban buscando nos dio algo de serenidad“, cuenta Alicia.

Lunes a la noche. La Policia va en busca de Hugo Trejo, el único de los cuatro que se había quedado en la camioneta.

Lunes a la noche. La Policia va en busca de Hugo Trejo, el único de los cuatro que se había quedado en la camioneta.

Llegaron a la camioneta donde estaba Hugo, que en un intento desesperado forzó el contacto y rompió el burro de arranque, lo que sería un problema si había que pasar otra noche varado. “Nos urgía encontrar ayuda, creíamos que había ‘vida humana’ a otros 20 kilómetros. Era difícil andar con la nieve tan alta pero no teníamos opción. Contábamos con alfajores, turrones y jugos para afrontar el camino y caminamos unas cuatro horas”, comparte Pignon.

Hasta que divisaron caballos a la distancia y una casita más allá. “Estábamos en un paraje que se llama Pilcaniyeu y esa casita era La Caprichosa, estancia del señor Levio Inalef, que nos preparó el té más rico del mundo con tortas fritas“, cuenta con una sonrisa Alicia. Un rato después, Pignon e Inalef se fueron a caballo, a unas dos horas, hasta llegar a una escuela rural donde, ya con conectividad, pudieron dar aviso a familiares y autoridades regionales.

Por entonces los estaban buscando la Policía de Río Negro, Gendarmería y Defensa Civil, un helicóptero y una avioneta. Pero faltaba ir a buscar a Trejo, que seguía en la camioneta, pero ya sin calefacción. “Esas últimas horas fueron muy difíciles. Pensé que podría morirme de fría, imaginé que quizás la noche no la pasaría, no sé. Me puse nylon en los pies y las manos y me cubrí con cartón… Hasta que cerca de la medianoche escuché voces, vi linternas y sentí que volvía a nacer“, reconoce Hugo, más repuesto.

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