El artífice de su imagen es Pablo Irrgang, el mismo artista que realizó el resto de las esculturas de Mafalda que están en diversos lugares del mundo.
Desde hace mucho tiempo Mafalda trascendió las fronteras de su lugar de nacimiento, Argentina, y se convirtió en ciudadana del mundo. Pero cada día hay una nueva evidencia de su carácter de ícono internacional.
Ahora, Mafalda está sentadita en una plaza en el corazón mismo de Madrid y mira hacia la Casa del Lector del Matadero gracias a Pablo Irrgang, el escultor nacido en la Argentina que le dio tres dimensiones a la figura bidimensional de Joaquín Lavado, el entrañable Quino.
Esta escultura de Mafalda, que aparece en un banco de madera y con vestido rojo, es la décimo segunda emplazada en el mundo y la tercera en España. Las otras dos se encuentran Oviedo y Barcelona respectivamente.
La escultura de la niña rebelde y antisopa a ultranza está realizada en resina epoxi, pesa 20 kilos y mide 80 centímetros. Fue donada por la editorial Lumen al Ayuntamiento de Madrid y eventualmente podrá ser trasladada a otros lugares de España para determinados eventos como, por ejemplo, una feria del libro u otros acontecimientos culturales. La editorial Lumen (actualmente el sello pertenece a Random House) es quien publica las aventuras de Mafalda en España desde 1970.
Pablo Irrgang ha sido el elegido por el propio Quino para sembrar de Mafaldas el mundo. En el acto de inauguración de la escultura, el artista expresó: “(Mafalda) es la puerta a la filosofía y a la política de los chicos. Cuando la semilla de Mafalda cae en la cabeza de un niño no crecen las malas hierbas del fascismo.”
En el acto de inauguración estaban presentes, además, el embajador argentino en Madrid, Roberto Bosch, la encargada de Cultura del Ayuntamiento madrileño, Marta Rivera de la Cruz y el sobrino de Quino, quien dijo que “Mafalda ha suscitado simpatías transversales sin importar las tendencias políticas. Siempre ha tenido una mirada crítica en el otro, pero haciéndose cargo de toda la bondad y miseria de los seres humanos”
Que Mafalda esté en Madrid tiene una explicación precisa. Su padre, Quino, pasó un tiempo en esa ciudad y fue vecino del barrio en que ahora está emplazada su hija rebelde. Vivía en un departamento ubicado en la calle Don Ramón de la Cruz.
Según lo explicó Pilar Reyes, directora editorial de la División Literaria de Penguin, allí “salía a comer, al cine, a exposiciones, a visitar a un puñado de amigo
Mafalda y Maradona
Mafalda acaba de cumplir 60 años, sin embargo, no ha envejecido, sigue siendo la niña que siempre fue.
Nació para una frustrada campaña de electrodomésticos y por lo tanto, Quino la archivó en un cajón. Estuvo allí escondida y un poco olvidada hasta que en 1964 salió en Primera Plana. Desde entonces no cesó de conquistar lectores.
Argentina hasta la médula, nacida en un hogar de sacrificada clase media, se convirtió en un ícono de rebeldía que pronto conquistó el mundo.
El primer sorprendido de su éxito fue su propio autor, Quino, al que la trascendencia de su personaje le producía cierta perplejidad. Sostenía que no era el mejor de sus dibujos y frente a los elogios que recibía decía: Mafalda no está mal, pero me hubiera gustado ser Picasso”.
La reacción de Quino permite inferir que tienen razón ciertos autores cuando dicen que sus personajes se independizan de sus creadores.
En nueve años, de 1964 a 1973 en los que apareció en tres publicaciones Mafalda alcanzó su consagración definitiva en Argentina y en el exterior. Pero el mundo convulsionado que la inquietaba no sólo no mejoró, sino que, por el contrario, se hizo más complejo y agobiante.
Seguramente Mafalda hoy sería muy crítica de él y se horrorizaría por los niveles de pobreza de su propio país, Argentina, mientras que su contracara, Susanita, trataría de no ver las miserias humanas y expresaría un pensamiento digno de una panelista de programa televisivo de chimentos conmovida por el amor entre el presidente y Yuyito González.
Por estos días mucha gente se preguntó qué diría Maradona ante la crítica situación del país. Es fácil adivinar que estaría junto a los jubilados, los estudiantes que defienden la universidad pública, los más vulnerables. Mafalda pensaría en ese mismo sentido.
Aunque él fue un jugador de fútbol de carne y hueso y Mafalda fue de tinta, hay algo común entre ellos, algo muy humano que los convirtió en íconos culturales del país y del mundo: una inclaudicable rebeldía.