Vanina Edul, intensivista, batalla contra la muerte, la angustia, el agotamiento y la ignorancia. Y decidió contar en Twitter su experiencia, sin anestesia.
Sostenerle la mirada a una médica intensivista, en plena segunda ola de la pandemia más agresiva que nos tocó vivir a los contemporáneos, no es fácil. Y eso que lo hago a través de la pantalla.
Preferí no acercarme pese a que ambas estamos vacunadas: la vacuna no garantiza inmunidad. Nos miramos a través del dolor que atraviesa la virtualidad. Es como verle la cara a la muerte. Cuántos de nosotros despidió a personas cercanas en estos larguísimos meses de enfermedad. Cómo hace para que no le duela, cómo hace para vivir.
Pues no hace, le duele infinitamente y duerme todo lo mal que su diagnóstico de burnout le permite. Está quemada. Vanina Kanoore Edul, médica especialista en Terapia intensiva por la UBA y Doctora en Medicina por la Universidad de Amsterdam, de 47 años, con una hija de 4 y un marido de 59, médica de guardia en el Hospital Fernández y coordinadora de Terapia intensiva del Sanatorio Otamendi, está quemada.
Edul trabaja en el Fernández y en el Otamendi. Hace 60 horas semanales de guardia. Fotos: Martín Bonetto.
Igual que la mayoría de sus colegas de ambos equipos. Trabaja 30 horas semanales de guardia en cada institución, un total de 60 horas de guardia obligatoria cada siete días. Sin descanso, sin vacaciones. Cobra cien mil pesos en cada lugar, un total de doscientos mil. El pluriempleo es una constante entre los profesionales de la salud, igual que en otras profesiones, pero pocas están tan sujetas al estrés como ésta.
La última trinchera
Los médicos especializados en Terapia Intensiva, los terapistas, no solo no pueden renunciar sino que tampoco pueden tomarse descanso. No hay suficientes profesionales para atender la altísima demanda de la tragedia en la que vivimos.
Cuando Vanina se presentó al concurso para cubrir el cargo que ocupa en el Fernández, en el año 2001, había 100 médicos concursando para cubrir dos cargos. Hoy, en ese mismo llamado no habría ni siquiera dos postulantes, según explica ella.
Nadie elige esta especialidad mal paga, vapuleada, demandante, aterradora. Mucho menos en la Argentina, el país que peor paga a los intensivistas en toda Latinoamérica. Si no fuera por los residentes extranjeros, las guardias no tendrían ni siquiera la cantidad de profesionales indispensables para funcionar.
Las guardias de los centros de salud ven envejecer a sus profesionales sin renovación. Una realidad que ya se había observado en la pandemia de Gripe A de 2009, pero nadie vio venir lo que se vendría.
No tiene descanso ni vacaciones. Le diagnosticaron “burnout”: está quemada. Fotos: Martín Bonetto.
Vanina es solo el botón de muestra, como ella misma se encarga de aclarar. Se trata de equipos de salud haciendo esfuerzos infrahumanos, al límite de su fuerza, a punto de colapsar. No de respiradores, camillas, tubos de oxígeno, salas, principalmente se trata de personas que ya no pueden más. Entonces Vanina decidió hablar. Y escribió un hilo en Twitter poniéndole caras y datos particulares a una tragedia que parecía anónima y basada en números .
En un intento desesperado por lograr que la sociedad se concientice, que evite suicidarse, que se extremen los cuidados. Porque como ella misma dice, cada vez que se profundizan los controles sobre la circulación de la población la cantidad de internados en terapia intensiva disminuye.
Pero ella y sus colegas querrían que fuéramos capaces de cuidarnos sin necesidad de cerrojos, por instinto de supervivencia colectiva. Porque cada vez que vuelve de esas guardias dolorosas y extenuantes se encuentra con la cervecería de debajo de su casa llena de gente brindando como si nada pasara.
Debe ser difícil conciliar el sueño escuchando las voces alegres de los que siguen la fiesta en medio del duelo. Tal vez en ese desvelo concibió los hilos que conmovieron lo suficiente como para movernos a los que escribimos como profesión. Los transcribo aquí a continuación:
59, artritis reumatoidea y unos kilos de más. Te voy a buscar a la guardia. ‘No quiero ir a terapia, doctora. Le temo al tubo’. Tus hijos (6) te piden que aceptes. Cedés. Hace 1 semana que vas de prono a supino y la hipoxemia no cede. Ojalá repuntes.
Perdiste el laburo. 7 pibes. Te hacés Uber para llevar COVID+. Te la pegaste. Tenías 45. Sano. Guapísimo. Que alguien me explique que en 3 semanas la enfermedad+ infección intrahospitalarias te dejarían los pulmones así. Una roca que no oxigena. Y nosotros useless (inútiles). Y te fuiste. Y nos desgarra.
32 años, diabetes bien controlada. Te cuidaste. Ahora estás con máscara de O2, solo pensando en la próxima respiración.
Las muertes de los pacientes la angustian mucho. Escribió tuits sobre varios de ellos. Fotos: Martín Bonetto.
49 años y nada de enfermedades. ¿Cómo fue que te afectó así? No revierte tu cuadro. Sombrío el panorama. Ella sufre al teléfono. Quisiera consolarla con que mañana estará mejor. Menos del 50% de sobrevida me anudan la lengua y callo.
36 años, flaca, hermosa. Plenitud total. Por suerte lo superaste. Esas dos semanas me dormí suplicando “que mejore esa chica”.
“Doctora, el señor no quiere intubarse.” Me pongo la escafandra. Te cuesta oírme. Resoplás con dificultad. Te miro seria a los ojos. “Ok doc, lo que usted diga.” Llamás a tu amigo del alma. Los papeles están ahí. “Cuidame a la flaca.” Vos sabías que no la contabas. Mi nudo en la garganta.
Bastó que Vanina nos abriera una pequeña rendija de su realidad para que el estremecimiento nos desentumeciera. Estamos enterrando a muchos de nosotros, escribo estas líneas cruzando los dedos de mi mente, deseando que no le toque a ninguno de los que quiero; también sabiendo que esto que nos pasa es mucho, es demasiado, pero tenemos que ser capaces de no taparlo.
Porque el horror lastima tanto que preferimos no verlo. Solo que la estrategia del avestruz no parece ser la más astuta, no con esta saturación del sistema, no a costa de muchos de nosotros que apenas tenemos tiempo de vivir mientras nos cuidan en las terapias intensivas del país.
A los 47 años, con una hija de apenas cuatro, trabaja sin descanso, bajo un estrés extremo. Fotos: Martín Bonetto.
Y no alcanza con aplaudir a las nueve de la noche en el balcón, como hacíamos al principio de la cuarentena. Se ríe Vanina cuando se lo menciono. “No conozco un solo médico que se sintiera bien con esos aplausos.”
Que igual ya ni eso, ahora preferimos hacer como que no está, como que no existe. Ya hace demasiado que arrastramos esta pesadilla, mejor la escondemos bajo la alfombra.
Ninguna de esas personas sabe cómo es llamar durante 30 días a una familia que lo único que hace es esperar tu llamado junto al teléfono, detenidos esperando tu sentencia.
Vanina Edul, médica intensivista
Comunicar lo peor
Vanina se sorprende del alcance de sus hilos de Twitter que fueron comentados en radio y televisión. Dice que los escribió una de estas mañanas de angustia en la que se le confunden los sentimientos como en un tango, mezcla de rabia, impotencia, y ausencia.
“Fue una mañana que estaba leyendo declaraciones de Patricia Bullrich usando la pandemia para su molino. Había también otros médicos en los medios opinando sobre cierta leve baja de la letalidad y yo veía como…”
Y así deja suspendido su desconsuelo Vanina, los ojos que se le van más allá de la pantalla, perdida en sus memorias recientes, sin terminar de encontrar las palabras, para luego volver con bríos de furia:
“Ninguna de esas personas sabe cómo es llamar durante 30 días a una familia que lo único que hace es esperar tu llamado junto al teléfono, detenidos esperando tu sentencia. Todo está puesto en ese informe de 5 minutos diarios, sabiendo que el no llamado es de good news, y temiendo el llamado nocturno o fuera de hora. Para después recibir el llamado final, empeoró y se murió.”
Edul sostiene que el grado de conciencia de la población respecto de la pandemia es escaso. Fotos: Martín Bonetto.
“Así uno y otro día. Me dio bronca porque no saben de qué hablan -agrega-. Más allá de la ideología de cada uno. Las medidas sanitarias tienen que ver con la paciencia. Escribí esos hilos una mañana, cansada, de posguardia, con casos que me estaban preocupando mucho, gente que se estaba muriendo en una semana. Es raro porque es una enfermedad en la que las muertes por lo general se dan entre la tercera y la cuarta semana.”
Cuando la doctora Vanina Edul habla de sus pacientes, piensa más en los seres queridos de ese ser enfermo que en el del cuerpo sobre el que trabaja en cada guardia. Varias veces la escucho mencionar conmovida el dolor de los que pierden a alguien. Habla de la dificultad lacerante de estar obligada a comunicar lo peor. Los ojos tan húmedos que no se sabe si es que llora de tanto que le duele o si ya le han quedado así, en lágrima viva.
La impotencia de saber que si la mortandad ha crecido en esta segunda ola es por error humano. Como integrante de un equipo de investigación Vanina se ha detenido a observar y pensar mucho en las cifras, para ella no son números vacíos.
“Hice un estudio que se está por publicar ahora en la revista The Lancet (de las más prestigiosa en divulgación científica del mundo) donde evidencio que en la primera ola tuvimos en el estudio 57 por ciento de mortalidad de los pacientes en terapia con respirador, que es un número muy alto para terapia intensiva. Normalmente la mortalidad es del 30 o el 40 por ciento. Lo cual también es mucho, pero en la actualidad, de los internados en terapia con respirador, de cada dos personas que entran al respirador una va a morir. En promedio, en todo el país. En el Fernández la mortalidad es de alrededor del 60 por ciento. Y en otras instituciones de distintos puntos del país se llega incluso a un 90 por ciento de mortalidad.”
Como gran parte de sus colegas, Edul tuvo Covid-19 durante la primera ola. Fotos: Martín Bonetto.
Es mucho, demasiado. Uno de cada dos pacientes que son intubados en Terapia Intensiva en la Argentina muere.Por supuesto que hay demasiada poca evidencia para arribar a conclusiones contundentes, pero Vanina cree que este incremento se relaciona con el cansancio de los equipos de salud. Están quemados en su mayoría, no han tenido descanso, no tienen reemplazo.
“No somos los mismos –explica–. Vos no rendís lo mismo en una maratón para la que te entrenaste si luego tenés que volver a correr una ultramaratón sin descanso previo.”
Como si esto fuera poco a la doctora Edul le tocó atravesar una tragedia personal en el medio de la pandemia. En febrero de 2020 a su hermano le dieron un diagnóstico terminal, su hermana Cynthia y ella fueron desde ese día esos seres queridos que esperan informes médicos desesperantes.
Vos no rendís lo mismo en una maratón para la que te entrenaste si luego tenés que volver a correr una ultramaratón sin descanso previo.
Vanina Edul, médica intensivista
En el medio del estrés inmenso de las guardias de terapia intensiva de la primera ola asistió a la agonía de su hermano, que murió en febrero de este año, pero ella casi no pudo hacer el duelo. No había tiempo para llorar, un médico intensivista no puede ni hacer un duelo durante una pandemia.
Los ojos de Vanina se encienden cuando entra en escena su niña: harta de esperar a su mamá, interrumpe la entrevista pidiendo atención. Niña pequeña pero obligada a ser testigo de ese huracán que revuelve a su hogar. Cuando a su mamá Vanina le tocó enfermarse de Covid, como les pasó a casi todos sus colegas en la primera ola, se internó para evitar contagiarla.
Pero tuvo que volver a los cinco días a la casa a cuidar de la pequeña porque su marido también se había contagiado, y requería internación. Y entonces vuelve la humedad ocular al pensar en los colegas muertos o peor aún, en esos colegas a los que tuvo que informarles la muerte de los seres queridos que ellos mismos habían contagiado.
La noche en la que el hermano agonizaba mientras su marido continuaba febril, tras nueve días de enfermedad, miró a su hija y temió lo peor: “¿Qué pasa si yo la dejé huérfana de padre a ella? ¿Cómo voy a seguir viviendo con eso?”
A pesar de todo, Vanina Edul volvería a elegir su especialidad. Fotos: Martín Bonetto.
Sin embargo, Vanina, nuestro botón de muestra, asegura que volvería a elegir su especialidad. Pese al dolor, la angustia, la decepción. Aún en medio de la crisis psíquica del burnout es capaz de sonreír ante la pregunta.
“Es la especialidad más maravillosa que hay. Donde más investigación hay, donde cada cosa que hay está fundamentada por un estudio científico, por mucha evidencia experimental y clínica, porque cada cosa que hacemos tiene detrás un estudio que lo avala, entonces es una especialidad de mucha precisión. Es fisiología aplicada, es ver al organismo funcionar en los extremos. Es poder cambiarle rotundamente el destino a una persona.”
Cuidado, lector, no leas aquí heroísmo. Esta es gente de carne y hueso que está dejando su sangre en el esfuerzo. No piden aplausos sino colaboración. Que nos cuidemos un poco más para que ellos puedan descansar de cuidarnos a nosotros. Un último esfuerzo.