El empresario textil Enrique Lew llegó con su familia de Polonia en 1936, donde habían vivido penurias por la pobreza. El recuerdo de cuando en las carnicerías regalaban bofe y el día que su padre creó una pequeña fábrica de corbatas que él y sus hermanos convirtieron en una fábrica de camisas de casi 1300 empleados. Escribió el libro Pleno Empleo con propuestas para erradicar la pobreza que tanto le duele de la Argentina
Llegó a la Argentina en el período de entreguerras, desde Polonia, siguiendo los pasos de un “tío rico”. La historia la cuenta el empresario Enrique Lew (91), sentado en un confortable sillón de estilo, en un piso con vistas al Río de la Plata, rodeado de arte, esculturas y pinturas al óleo, donde vive con su mujer de toda la vida. Los recuerdos son vagos. Tenía cinco años cuando llegaba a esta tierra de abundancia. Corría 1936 y esta Argentina era muy diferente. “Era otro mundo”.
La historia de ese tío rico la devela con gracia, aunque en el fondo, tiene un componente dramático. “Era un sastre que trabajaba de empleado en la calle Libertad, donde arreglaban trajes usados que después revendían. Como no teníamos un mango ni partido, para nosotros, era nuestro tío rico”, explica. Claro, de rico no tenía nada.
Dice el empresario que la vida era muy difícil en Polonia porque no había trabajo. Y que tanto en España, Italia, Francia y Alemania, por eso hay tantos descendientes, miraban a la Argentina porque los salarios eran superiores. “Acá el pobre comía bien, en Europa se moría de hambre”.
Además de la falta de un plato de comida, ya antes de la Segunda Guerra había mucho antisemitismo. Les ponían todo tipo de restricciones para estudiar en la universidad, en los comercios con mayor carga impositiva. Si se postulaban para un trabajo, optaban por el no judío, aunque el judío estuviese más calificado. “El antisemitismo se manifiesta en un montón de cosas. Eso va a pasar un tiempo y va a cesar, pero todavía sigue estando”.
Desde que llegó a la Argentina, Lew no se queda quieto, va en contra de su naturaleza. A sus 91 años, que cumplió el domingo último, continúa trabajando como de costumbre, en su empresa de tejeduría y tintorería, sin descuidar sus rutinas de ejercicios diarios para mantenerse en forma. Esa pobreza que marcó a su familia en Polonia, es la misma que le duele hoy en el país. Por eso en 2018 publicó un libro titulado Pleno Empleo, la riqueza de las naciones y desarrollo económico (Editorial Dunken), un tema que lo desvela.
En 1934, primero llegó su padre a la Argentina. Y dos años después, vino él, con su madre y dos hermanos. Casi no llegan. En la solapa de su libro cuenta lo travieso que era de chico y que estuvo a punto de hacer perder el barco a la Argentina en el puerto de Gdynia. “La comunidad judía agasajaba con una cena sabática a los emigrantes para lo cual había una larga mesa con un blanco mantel y candelabros con velas encendidas: al travieso niño no se le ocurrió mejor idea para mostrarse importante que reproducir la actuación que había presenciado de un mago que sacaba el mantel y los candelabros con las velas encendidas permanecían en la mesa, pero sin el mantel. Desde ya que los candelabros volaron por el aire y se generó un pequeño incendio. Salí corriendo asustado y me escondí detrás de unos grandes toneles en el puerto. El barco partía en poco tiempo más y mi madre me buscaba desesperada llorando a mares, conmovido salí y así pudimos embarcar en el Pulaski para la tierra prometida, la Argentina”, relata, todavía sin dejar de preguntarse qué hubiese sido de su familia si por su culpa perdían el barco. “Con seguridad hubiésemos sido cuatro víctimas más del Holocausto ocurrido pocos años después, como lo fueron mi abuelo materno, tíos y primos”, supone.
Llegada accidentada
Al año de desembarcar en la Argentina fue víctima de un terrible accidente. Cuenta que era bastante callejero, como todos los chicos de ese entonces en una época donde no iban a los clubes y jugaban con una pelota de trapo. Lo que hizo fue cruzar la calle “mirando para atrás”. Y agrega: “Me atropelló un auto con todo. Y vino un cura a darme a la extrema unción. Me llevaron al Hospital Álvarez que estaba a dos cuadras de donde me atropellaron, en Avellaneda y Argerich. Se ve que la contextura me hizo aguantar. Aguanté en el hospital y después en mi casa. Es una historia vieja”.
En la tierra de los salarios altos, y donde los pobres comían bien, su padre empezó a trabajar como pintor. Después, apostó por otro trabajo, el de vendedor ambulante donde “empezó a ganar algunos pesos”. Vendía cualquier cosa: toallas, manteles, toallas, sábanas. Con el paso del tiempo, se unió en una cooperativa con otros vendedores ambulantes para vender en una tienda ventas de cosas importantes. “Le vendían a una familia un ropero o un juego de sillones, entonces le daba una orden a ese cliente y ese cliente iba la cooperativa que era como un Gath y Chaves o Harrod’s, elegían ahí, compraban por cuenta del vendedor ambulante esas cosas y las pagaban con facilidades. Empezaron a dar crédito a los clientes que conocían y ahí mi papá prosperó y ganaba como para mantener a la familia”, recuerda.
Por el empeño por salir adelante en la tierra donde los sueños podían cumplirse, el padre de Enrique, vio que unos amigos y gente de su pueblo habían puesto una fábrica de corbatas, el hizo lo propio. “La fábrica de corbatas era más o menos del tamaño de un dormitorio común”, aclara Enrique Lew, quien a los 9 años y a pesar de la modestia de la fábrica, sentía un orgullo enorme. “Supongo que el hijo de Henry Ford no debía estar más orgulloso de su papá que yo”, dice con una sonrisa.
Luego de una breve interrupción de ese negocio, porque su padre continuaba trabajando como vendedor ambulante, volvió a abrirla cuando el hermano mayor de Enrique, Moisés, había dejado tercer año de un industrial. Su padre no quería que sus hijos fueran vendedores ambulantes como él, entonces reinició la fábrica. Cuando Enrique cumplió los 15 años, accedió a que empezara a trabajar en la fábrica “porque estaba desesperado por ir”. La razón es que recién a esa edad podía pasarse al turno noche y así trabajar de día. Enrique iba al Hipólito Vieytes de Av. Gaona y Cucha Cucha.
Y continúa recordando sobre aquellos tiempos en el que los pobres en el país estaban muy bien alimentados. “Era otro mundo la Argentina. Siendo pobres, nosotros comíamos mejor que la clase media europea. Por ejemplo en la carnicería te regalaban el bofe, el corazón. ¿Te imaginas que una familia pobre se hacía un guiso de bofe? Era una exquisitez. Hoy ni debe estar a la venta porque lo deben usar para las salchichas. Y en la verdulería, comprabas una lechuga y te regalaban verduritas para hacer una sopa. ¿Si la verdura era barata? Aquí siempre la comida fue barata y abundante, al acceso de todo el mundo. Hasta el año 70 la Argentina tenía un 5% de pobres”, subraya.
Enrique Lew junto a su padre y sus hermanos vendieron muchas corbatas. Los chicos que iban creciendo en la empresa y progresando, tenían nuevas ideas, por lo que se les ocurrió empezar a fabricar camisas. Enrique, sin tener auto, hacía de todo: vendía, hacía las entregas y cobranzas. “Y empezamos a prosperar y prosperar. Hasta que la firma Sudamtex nos dio la licencia para fabricar las primeras camisas que no se planchaban en la Argentina”, cuenta. Y fue en ese momento cuando entendieron la importancia de tener una marca y crearon la propia: Perfecta Lew, las camisas que mucho tiempo después promocionó Susana Giménez. En 1966 cuando se escindió la sociedad, llegaron a tener 1300 empleados.
Antes de tener una marca, vendieron en base a productos que tenían mucha salida: una camisa Príncipe de Gales, otra presentada bien planchada, una de corderoy cuando no había y después una a cuadros “que fue un golazo”. Durante esa época recuerda que en el rubro de los fabricantes de camisas no a todos les iba bien: “estaban los que iban para abajo, había quienes vegetaban, quienes crecían y nosotros volábamos”. La voz de la publicidad de Perfecta Lew era la de Hugo Guerrero Marthineitz, que para Enrique era el maestro de los locutores. “Todavía tengo un disco acá donde él me puso gracias por creer en el profesional firmado por Martínez”. Entre otros recuerdos de su vida empresarial. A los 30 años ya se había casado con su actual mujer, nacida en Italia, seis años menor, con quien tiene tres hijos.
La sociedad entre los hermanos no continuó por diferencias. Primero se separaron del mayor, porque quería liderar. Después Enrique se abrió en un proyecto con el menor, Israel Simón, y más tarde siguió solo. Si bien hoy tiene una tejeduría fuerte en la confección de tejidos de ropa deportiva, siente que cometió errores. “Me arrepentimiento de no haber hecho fuerza por quedarme en la empresa de la camisas, no le di la importancia que tenía, y el segundo error fue el rechazar la continuidad de la licencia de Pierre Cardin, que habían conseguido por primera vez en el país. Y el tercer error, separarme de mi hermano también porque perdí fuerza y me quedé solo. Mi hermano se enojó conmigo pero hoy somos grandes amigos, somos hermanos”, expresa.
Mucho antes de escribir su libro, Pleno Empleo, en los años ochentas, el empresario textil empezó a interesarse por la economía del país y a actuar en la Unión Industrial. “Fui vicepresidente de nuestra entidad gremial empresaria. Llegué hasta el departamento de Economía, del departamento de la Comisión de análisis socioeconómico, del departamento pymes. Me interesé por el tema económico, pero en un momento dado empiezo a indagar el motivo de la situación de la Argentina. Si hay países prósperos ¿por qué nosotros estamos estancados y hoy hay prácticamente un 50% de pobres?”
Y comparte que fue lo que lo empujó a escribir su libro. Fue camino a su fábrica. “Hará 10 años se construyó un nuevo camino, el Camino de la Ribera, que va bordeando el río Reconquista. De un lado está Merlo y del otro, Moreno. Cuando se inauguró había alguna casas de villa miseria. Al año, más y a los dos años, mucho más. Está lleno del lado de Moreno. Y eso a mí me me afectó y profundice mis estudios del porqué Argentina está como está. Así surgió el libro. Había llegado a una conclusión: donde se ataca el empleo y a los empleadores hay pocos emprendimientos. En cambio en los países donde se protege a los empleados, sin atacar a los emprendedores o empleadores hay crecimiento, prosperidad, menos pobres, la gente gana mucho más y vive mucho mejor”, asegura con antecedentes y estadísticas.
“¿Quiénes son los que crean riqueza en los países? Los emprendedores”, dice el empresario que asegura que hoy existen menos emprendimientos que hace 15 años atrás. “Es una cosa de locos. Hay más población y menos emprendedores”, cuestiona.
Carlos Pagani, miembro del departamento de Política Tributaria de la Unión Industrial Argentina destaca en la contraportada del libro Pleno Empleo, el “novedoso enfoque del protagonismo fundamental que tienen los emprendedores en el crecimiento del mundo moderno”. Y también explica como la teoría de Lew divide a los países en dos clases “los desarrollados que cuentan con los seguros sociales y los ‘en desarrollo’ que penalizan a los emprendedores que son los generadores de empleo, mediante legislaciones que van a contramano del equilibrio que la economía requiere para su desarrollo”. Lew en su obra se manifiesta en favor de los seguros sociales que protegen a todas las personas y en especial a los trabajadores y sus familias. Pagani termina diciendo que “con seguridad, ‘su manifiesto’ será reconocido como la teoría que sepultó el subdesarrollo a principios del siglo XXI”.
Sobre el desempleo, dice Lew que alcanza el 50 por ciento y no de un 9 como dice el INDEC “Es mentira. Lo que pasa es que la gente no va a buscar empleo porque no hay empleos ofrecidos. La gente no consigue y se cansó de buscarlo, entonces dependen de los planes. Son los pobres. Si no buscan empleo, no figuran como desempleados para el INDEC. Si les das empleo lo agarran encantados, pero resulta que no tienen y viven gracias a los planes porque no tienen otra”, manifiesta.
Lew adjudica el fracaso de todos los gobiernos, incluso el de Macri, a que no le dieron importancia al tema del empleo. “La Argentina puede ser el país más rico del mundo porque tiene recursos pero están sin explotar. Si hacemos el seguro de desempleo, que es el ideal, la gente estará más protegida que nunca. Lo que pasa es que los funcionarios creen que si eliminan la indemnización por despidos los empleadores van a despedir a todo su personal y ¡eso es una locura! porque contrasta con lo que pasa en el mundo desarrollado. Las empresas no funcionan sin gente, pero acá creen -contra la realidad del mundo- que si se elimina la indemnización va a haber más despidos, y es al revés, donde no hay indemnización, hay más empleo”.
Y enumera los países que lo aplican, como Dinamarca. “Cero indemnización, no dan abasto. Alto nivel de empleo. Estados Unidos. Japón, lo mismo. Nueva Zelanda”, ejemplifica con una larga lista de países de un alto estándar de calidad de vida.
El empresario de 91 años no pierde el optimismo de ser escuchado, ni la esperanza de vivir en una Argentina próspera para todos y terminar con la pobreza.